viernes, 3 de octubre de 2008

Por otras razones.

Fue por razones que se ocultaron en una casa de espejos. ¿Por qué otra razón podría ser?
Fuentes otra vez desecha su cuerpo sobre las sabanas de su cama, arrugadas hasta agolparse, esconderse en ellas mismas a los pies.
Como buen religioso le reza a los santos, todos equilibrados cuidadosamente en el fetiche que Fuentes les construyó, noches atrás con las sabanas en similar posición.
El culto a la amistad es cosa peligrosa- le dije una vez por teléfono.
Huérfano de él mismo se agarra de las faldas de sus santos, siempre tan hipócritas, siempre tan negligentes y que a veces dejan su posición de ensimismamiento estatuario para dejarle caer alguna sonrisa lastimera, algún consejo benigno.
Esa mierda no es amistad- ¿te acuerdas que te dije hace años ya? ¿Cómo estarás ahora?
Pero Fuentes los correteaba siempre con la culpa del abandonó de un amigo y su moral de buenas costumbre en una relación fraternal.
Así no funcionan las cosas.
Las tardes te sentabas siempre en el penúltimo asiento de la corrida del lado izquierdo, de la ventana de la micro. Esa vez te vi. Sofocado buscándote hasta el infinito en la negrura de las nueve, mientras tu ¿compañero? ¿Amigo? Dejaba escapar las palabras que se colgaban de sus antecesoras en un hilo horizontal siempre igual, monótono, si hasta yo me aburrí mientras te reconstruía en el reflejo, mientras te dibujaba a ti mismo años antes.
“hola amigo” me decías y a mi me invadía de inmediato una repulsión automática a la responsabilidad, a tus expectativas, a tus culpas colgantes.
Fuentes desapareció el 13 de diciembre del 2006. Cuando luego de la graduación nos reunimos en un departamento a celebrar el final o tal vez para despedirnos riendo. ¿Riendo de que?
Recuerdo que se movía entre el ambiente pesado del humo y del vaho de cuerpos en verano, esquivando sombras, perdiéndose en un rincón y apareciendo tras una puerta, siempre silencioso.
Desapareció al cabo de unas horas. Ningún abrazo a nadie, ni siquiera a la anfitriona y su eterna risa plastificada.
Había desaparecido horas antes ese día en sí mismo, desde allí corrió a su oreja donde se sentó a esperar, a veces hablaba con su lengua para matar algunos minutos de espera y miraba su reloj.
Yo me había ido lejos ya de esa estación.

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